La mañana del 10 de septiembre del 2009 en la ciudad de Santiago de Chile el veterinario Andrés Maureira Von Bischoffshausen decidió quitarle la vida a una perra de la calle de nombre Rucia. El motivo para arrogarse la omnipotencia de asesinar a un ser vivo fue el hecho de que Rucia por error del personal de la clínica había quedado encerrada y en la noche hizo destrozos como muchos infantes tanto humanos como no humanos hacen cuando están ansiosos y con miedo.
Si bien este asesinato ha causado indignación en algunos sectores de la sociedad chilena el problema moral que nos atañe como sociedad no radica en el acto individual del pseudo veterinario Maureira.
Las bases de mi aseveración se basan en el pensamiento del filósofo moralista Tom Regan quien plantea que lo que está mal con respecto a la forma en que los humanos tratamos a los animales no son los detalles que varían de caso en caso – como con el asesinato de Rucia- sino con el sistema que nos permite percibir a los animales como nuestros recursos ya sea para ser comidos, para ser manipulados científicamente, para ser explotados por dinero o diversión o para ser eliminados cuando nos molestan como Rucia lo hizo con Maureira.
Los filósofos moralistas, que están detrás del movimiento de los derechos de los animales, plantean que el mal fundamental es el sistema de creencias del hombre que lo ha llevado a tratar al resto de los seres vivos como simples cosas que pueden ser usadas sin que se tenga en cuenta su dolor, sus relaciones sociales, sus niveles de conciencia y su derecho a la vida. Una vez que se “cosifica” la vida de los animales el resto de nuestra conducta, que siempre está establecida en relaciones de poder y por ende de maltrato hacia ellos, es predecible.
Así el lamentable y abusivo asesinato de Rucia no es más lamentable ni más abusivo que el asesinato de millones de animales en granjas industriales día con día; ni más triste que la situación de miles de animales en laboratorios ni de los miles de perros que deambulan por las calles de Santiago en situaciones de abandono.
Los argumentos expuestos no se contradicen con la profunda rabia que siento al recordar a Rucia. Ni con el hecho de que Maureira cometió un asesinato que debe ser penalizado.Más aún que su acto fue de una bajeza inaudita.
Empero si queremos erradicar este tipo de actos necesitamos cambiar nuestro sistema de creencias y aceptar de una vez por todas que los animales tienen el mismo estatus moral que nosotros. Por ende deben ser protegidos por el contrato social que otorga protección a otros seres vivos que son incapaces de protegerse a sí mismos, los niños, los adultos seniles y los discapacitados mentales. Ese contrato social es el Estado y su sistema legal.
Así que nuestra obligación ética para con Rucia y para con millones de animales que sufren vejámenes todos los minutos de sus vidas es presionar por un sistema legal que reconozca su igualdad moral.
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